lunes, 23 de febrero de 2015

Precariado, la nueva clase social.

Es curioso como algunas palabras entran en nuestra vida con una normalidad pasmosa, nos familiarizamos con ellas y las adaptamos a nuestras vivencias diarias como si siempre hubiesen formado parte de nuestro vocabulario.

La primera vez que escuché la palabra “precariado” durante una comida, reparé en ella porque una amiga francesa preguntó qué significaba. No me llamó la atención que ella no la entendiese, sino que yo supiese perfectamente lo que significaba pertenecer al precariado, desgraciadamente son muchas las personas que conozco que pertenecen a ella.

Maite, la persona que reconocía pertenecer a esta nueva y amplia clase social junto a su familia, tiene 67 años, se licenció en historia y psicología trabajó en diferentes ayuntamientos y estamentos oficiales, pero sigue sin poderse jubilar porque necesita ayudar económicamente a sus dos hijos y nietos, así que hace más horas que un reloj para que ellos no pierdan sus casas y sus nietos puedan continuar sus estudios.

Mi último amigo “fugado” del país tiene 51 años, es ingeniero y domina seis idiomas. Después de perder su trabajo hace cinco años, montó su propia empresa, que cerró dos años después con múltiples deudores que a su vez habían ido quebrando. Jordi ha aceptado un trabajo en París y podrá pasar los fines de semana con su mujer e hija, pero se siente afortunado porque después de tres años volverá a tener ingresos y seguir con el tratamiento odontológico de su hija, ya que el sueldo de su mujer era insuficiente para pagar la hipoteca y los brackets.

El precariado crece cada día más, es la nueva clase social de la que, sobre todo, forma parte la antigua clase media trabajadora, profesionales que con el fruto de su trabajo pagaban sus hipotecas, la educación de sus hijos y sus vacaciones, contribuyendo de esta manera a mantener la economía de un país que cada día está más empobrecido y desesperado.

De seguir así las cosas, no sólo habrá fuga de cerebros (los de nuestros hijos) poniendo en peligro nuestro futuro, sino también de profesionales cualificados que no pueden seguir aportando su experiencia en un lugar donde se premia más el amiguismo que la meritocracia, imagino que por aquello de que pongan en peligro a los mediocres para los que deberían trabajar.

viernes, 6 de febrero de 2015

Carmín, la mejor manera de prevenir es educar.

Hoy es uno de esos días en que me levanto alegre y optimista, empiezo a leer las noticias (hoy miro especialmente las que tienen que ver con la mutilación Genital Femenina) y de pronto empieza a invadirme el pesimismo.

Todo sigue igual, se avanza un poco ilegalizándola en algún país, se detiene a algún medico por practicarla, algunas mujeres africanas se movilizan para trabajar contra ella. Pero, paralelamente, otras más nefastas no me dejan disfrutar de las anteriores cuando leo que el estado islámico ordena la mutilación de dos millones de mujeres .

No veo que las grandes organizaciones hagan nada para evitarlo, de hecho, (a pesar de las ingentes cantidades de dinero que gastan en ello) siguen sin ponerse de acuerdo en cuantos millones de mujeres han sido mutiladas. Según la OMS 140, según la ONU 120, según Unicef 130, según Wassu 140, según Wikipedia 135, según Amnistía 135.

Me pregunto indignada cómo es posible perder en “el recuento” 20 millones de personas, mujeres que desde su más tierna infancia fueron despojadas cruelmente de su más íntima esencia y condenadas para siempre a vivir como una sombra de sí mismas.

Al final, impotente, como tantas otras veces para darme fuerzas, miro la foto de presentación del proyecto Carmín y los objetivos que me propuse al crearlo, recordando la buena acogida que tuvo, reafirmándome en la idea que la única manera de cambiar la situación es la educación. La educación de aquellos que ignoran, pero sobre todo, la educación en valores de una sociedad que cada día los pierde más.