La mujer invisible
Como tantas otras veces que coincido con mujeres –en evento de cualquier tipo, sobre todo organizado por féminas– entre los temas de debate está el de la invisibilidad de las mujeres a partir de cierta edad. No comparto esta visión que tantas defienden y esto me ocasiona muchos quebraderos de cabeza y defender mi punto de vista más de lo que quisiera.
A mi humilde entender, fruto de la experiencia propia y la observación de terceras, la invisibilidad no es una cuestión de edad sino de falta de madurez y aceptación, que nunca afecta a las inteligentes y seguras de sí mismas, ya que ellas siempre son visibles y dejan huella por donde pasan.
Son dos los problemas, según he podido confirmar a lo largo del tiempo, de aquellas a las que la edad hace invisibles según ellas. El primero es que no aceptan sus arrugas que, en definitiva, no son otra cosa que madurez y, en consecuencia, degeneración de la materia de un cuerpo que cada vez es menos joven, ágil, fuerte, flexible, sano…
El segundo es que no evolucionaron ni se enriquecieron con la experiencia y la sabiduría que la madurez proporciona, y que consigue la admiración y el respeto de jóvenes y coetáneos en sus acciones y opiniones cada vez más certeras.
El tiempo no se puede detener, aquellas personas que dedicaron su vida a intentar que el paso de los años no dejase huella en su cuerpo, no sólo no lo consiguieron sino que no aceptan ni disfrutan la realidad del momento que viven.
Las mujeres que conozco y se consideran “invisibles”, suelen ser personas que se han centrado en las mermas y no en las mejoras que han adquirido con el paso de los años. Personas que se apoyaron demasiado en la estética de sus cuerpos, bien en su carrera profesional o relaciones personales y, ahora que la lozanía quedó atrás, ya no disponen de su máximo atractivo porque no han sabido cultivar otros mejores.
La mujer, a partir de cierta edad, no sólo no es invisible sino que sabe mostrar y dar lo mejor de sí misma, tanto a nivel intelectual como físico, personal y profesional, social e íntimo y, por descontado, sexualmente.
Las mujeres seguras de sí mismas son totalmente visibles donde deben de serlo y lo son por sus actitudes y aptitudes, contrariamente de las que pretenden “competir” o mantenerse en “mercados” que ya no son los suyos naturales y que lo único que consiguen muchas veces es ponerse en evidencia.
A mi humilde entender, fruto de la experiencia propia y la observación de terceras, la invisibilidad no es una cuestión de edad sino de falta de madurez y aceptación, que nunca afecta a las inteligentes y seguras de sí mismas, ya que ellas siempre son visibles y dejan huella por donde pasan.
Son dos los problemas, según he podido confirmar a lo largo del tiempo, de aquellas a las que la edad hace invisibles según ellas. El primero es que no aceptan sus arrugas que, en definitiva, no son otra cosa que madurez y, en consecuencia, degeneración de la materia de un cuerpo que cada vez es menos joven, ágil, fuerte, flexible, sano…
El segundo es que no evolucionaron ni se enriquecieron con la experiencia y la sabiduría que la madurez proporciona, y que consigue la admiración y el respeto de jóvenes y coetáneos en sus acciones y opiniones cada vez más certeras.
El tiempo no se puede detener, aquellas personas que dedicaron su vida a intentar que el paso de los años no dejase huella en su cuerpo, no sólo no lo consiguieron sino que no aceptan ni disfrutan la realidad del momento que viven.
Las mujeres que conozco y se consideran “invisibles”, suelen ser personas que se han centrado en las mermas y no en las mejoras que han adquirido con el paso de los años. Personas que se apoyaron demasiado en la estética de sus cuerpos, bien en su carrera profesional o relaciones personales y, ahora que la lozanía quedó atrás, ya no disponen de su máximo atractivo porque no han sabido cultivar otros mejores.
La mujer, a partir de cierta edad, no sólo no es invisible sino que sabe mostrar y dar lo mejor de sí misma, tanto a nivel intelectual como físico, personal y profesional, social e íntimo y, por descontado, sexualmente.
Las mujeres seguras de sí mismas son totalmente visibles donde deben de serlo y lo son por sus actitudes y aptitudes, contrariamente de las que pretenden “competir” o mantenerse en “mercados” que ya no son los suyos naturales y que lo único que consiguen muchas veces es ponerse en evidencia.