Precariado, la nueva clase social.
Es curioso como algunas palabras entran en nuestra vida con una normalidad pasmosa, nos familiarizamos con ellas y las adaptamos a nuestras vivencias diarias como si siempre hubiesen formado parte de nuestro vocabulario.
La primera vez que escuché la palabra “precariado” durante una comida, reparé en ella porque una amiga francesa preguntó qué significaba. No me llamó la atención que ella no la entendiese, sino que yo supiese perfectamente lo que significaba pertenecer al precariado, desgraciadamente son muchas las personas que conozco que pertenecen a ella.
Maite, la persona que reconocía pertenecer a esta nueva y amplia clase social junto a su familia, tiene 67 años, se licenció en historia y psicología trabajó en diferentes ayuntamientos y estamentos oficiales, pero sigue sin poderse jubilar porque necesita ayudar económicamente a sus dos hijos y nietos, así que hace más horas que un reloj para que ellos no pierdan sus casas y sus nietos puedan continuar sus estudios.
Mi último amigo “fugado” del país tiene 51 años, es ingeniero y domina seis idiomas. Después de perder su trabajo hace cinco años, montó su propia empresa, que cerró dos años después con múltiples deudores que a su vez habían ido quebrando. Jordi ha aceptado un trabajo en París y podrá pasar los fines de semana con su mujer e hija, pero se siente afortunado porque después de tres años volverá a tener ingresos y seguir con el tratamiento odontológico de su hija, ya que el sueldo de su mujer era insuficiente para pagar la hipoteca y los brackets.
El precariado crece cada día más, es la nueva clase social de la que, sobre todo, forma parte la antigua clase media trabajadora, profesionales que con el fruto de su trabajo pagaban sus hipotecas, la educación de sus hijos y sus vacaciones, contribuyendo de esta manera a mantener la economía de un país que cada día está más empobrecido y desesperado.
De seguir así las cosas, no sólo habrá fuga de cerebros (los de nuestros hijos) poniendo en peligro nuestro futuro, sino también de profesionales cualificados que no pueden seguir aportando su experiencia en un lugar donde se premia más el amiguismo que la meritocracia, imagino que por aquello de que pongan en peligro a los mediocres para los que deberían trabajar.
La primera vez que escuché la palabra “precariado” durante una comida, reparé en ella porque una amiga francesa preguntó qué significaba. No me llamó la atención que ella no la entendiese, sino que yo supiese perfectamente lo que significaba pertenecer al precariado, desgraciadamente son muchas las personas que conozco que pertenecen a ella.
Maite, la persona que reconocía pertenecer a esta nueva y amplia clase social junto a su familia, tiene 67 años, se licenció en historia y psicología trabajó en diferentes ayuntamientos y estamentos oficiales, pero sigue sin poderse jubilar porque necesita ayudar económicamente a sus dos hijos y nietos, así que hace más horas que un reloj para que ellos no pierdan sus casas y sus nietos puedan continuar sus estudios.
Mi último amigo “fugado” del país tiene 51 años, es ingeniero y domina seis idiomas. Después de perder su trabajo hace cinco años, montó su propia empresa, que cerró dos años después con múltiples deudores que a su vez habían ido quebrando. Jordi ha aceptado un trabajo en París y podrá pasar los fines de semana con su mujer e hija, pero se siente afortunado porque después de tres años volverá a tener ingresos y seguir con el tratamiento odontológico de su hija, ya que el sueldo de su mujer era insuficiente para pagar la hipoteca y los brackets.
El precariado crece cada día más, es la nueva clase social de la que, sobre todo, forma parte la antigua clase media trabajadora, profesionales que con el fruto de su trabajo pagaban sus hipotecas, la educación de sus hijos y sus vacaciones, contribuyendo de esta manera a mantener la economía de un país que cada día está más empobrecido y desesperado.
De seguir así las cosas, no sólo habrá fuga de cerebros (los de nuestros hijos) poniendo en peligro nuestro futuro, sino también de profesionales cualificados que no pueden seguir aportando su experiencia en un lugar donde se premia más el amiguismo que la meritocracia, imagino que por aquello de que pongan en peligro a los mediocres para los que deberían trabajar.
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