domingo, 19 de octubre de 2014

La conciliación, ¿ayuda o esclaviza?

Leyendo esta triste noticia, me doy cuenta de que en los últimos años no sólo no se ha avanzado sino que hemos retrocedido en materias como la conciliación.

Esta historia es verídica y me pasó a mí hace 25 años.

A primera hora de la mañana, cuando aún mis biorritmos estaban a medio gas, recibí la llamada del psicólogo de una multinacional en la cual estaba en proceso de selección, optando para el puesto de director financiero. Había superado con éxito la criba de los CV, la entrevista personal, los psicotécnicos, la reunión con el director general y sólo quedábamos tres personas para la elección final.

—Carmen, buenos días, soy XXX. Te felicito —me desperté de golpe y casi salto de alegría—, has sido la que mejor valoración has tenido de los tres últimos aspirantes.

—Gracias —mi corazón ya no sólo saltaba, había empezado a galopar dentro de mí.

—Sólo hay un pequeño inconveniente.

—¿Sí? —pregunté refrenándome de golpe.

—Tienes 27 años y no tienes ningún hijo —respondió como si eso lo aclarase todo.

—Perdón, no entiendo —atiné a responder sin comprender dónde quería ir a parar.

—Pues que eres potencialmente fecunda y…

—¿Perdone? —Interrumpí sin creerme lo que acababa de decir.

—Carmen, lo más probable es que en breve tengamos que buscar un sustituto para ti. De todas formas —prosiguió el psicólogo, imagino que queriendo animarme—, la empresa no quiere perderse un profesional de tu categoría y te propone incorporarte como ayudante de otro de los seleccionados. Estamos seguros que en unos años, con tu valía, conseguirás promocionar dentro de la empresa.

—¿El segundo es un hombre verdad? —Pregunté sin dar crédito a sus palabras.

—Sí, también es un profesional muy capacitado. ¿Qué te parece?

—Me parece indignante — contesté subiendo el tono—. ¿Me está proponiendo que sea la ayudante del que ocupará el lugar que por méritos me corresponde? Lo siento, pero no me interesa trabajar en una empresa donde las mujeres potencialmente fecundas —recalqué sus palabras—, no pueden ocupar cargos de alta dirección.

Colgué el teléfono casi al borde de las lágrimas. Esta era la situación que vivimos las mujeres de mi generación, lo increíble es que hoy día se siga discriminando a la mujer por las mismas razones. Creamos mecanismos que supuestamente nos ayudaban a superar estas situaciones, la llamamos CONCILIACIÓN, y para lo único que ha servido es para esclavizarnos más, permitiéndonos horarios flexibles para que pudiésemos trabajar lo mismo que los hombres y atender a nuestras familias.

Durante años he visto como muchas mujeres producían más que los hombres en menos tiempo, no permitiéndose descansos para cafés, sobremesas inacabables ni actividades lúdicas con compañeros ni jefes. Esos ratos de complicidad que después les ayudarían a promocionar dentro de la empresa mientras sus mujeres salían corriendo de su trabajo para buscar a sus hijos en el colegio, hacer la compra, preparar la comida y tener la cena preparada para cuando ellos volviesen a casa.

Lo que me sigue indignando es pensar que en un país ¿desarrollado? como el nuestro se nos siga tratando de la misma manera, y que muchas veces sean las mismas mujeres las que participen o promuevan estas posturas.

La conciliación es para ambos progenitores (padre y madre) y no una trampa para sólo uno de ellos. A las mujeres se nos debe valorar por nuestra validez profesional, no por nuestra capacidad reproductora. El hombre que no comparte la conciliación con su pareja no la valora suficientemente y la mujer que asume toda la conciliación está perpetuando estas discriminaciones para sus hijas.